Hoja de vida

Escritora y Arteterapeuta. La palabra es el hilo conductor que enhebra los distintos trabajos que realicé a lo largo de mi carrera laboral. Los vaivenes me llevaron a incursionar por el periodismo, la publicidad, el marketing, la radio, el mundo editorial…

Mi pasión por los libros me llevó a cursar el Profesora en Letras. Ni bien me recibí, realicé con Nicolás Bratosevich un taller de dos años para formar Coordinadores de Talleres Literarios. Así, se me abrió un espacio de inusual riqueza creativa que era automotivador, cuanto más escribía, más creativa me volvía. Y allí obtuve las primeras herramientas y pautas para trabajar con escritores, aspirantes a escritores o personas con la creatividad bloqueada.

En 1983, empecé a coordinar Talleres de Escritura Creativa. En grupo analizábamos las obras que leíamos, enseñaba algunos recursos literarios, pero por sobre todas las cosas, estimulaba la creatividad. Así, los talleristas aprendían cómo “desbloquearse” ante la “página en blanco”, o a tener ideas más originales para sus historias. Años más tarde, entré en el mundo editorial y comencé a trabajar con escritores éditos, los acompañaba en distintas instancias de la escritura de sus libros o en el editing final. Ya no era luchar con la “página en blanco”, en muchos casos, había que superar una crisis creativa, sobreponerse a una mala crítica o a que la última novela dejó a los lectores indiferentes o a que, por el contrario, fue un éxito y sobrevolaba la angustia o el temor de no volver a estar a la altura de ese logro.

Poco a poco, comencé a diseñar un esquema de trabajo basándome en lo que a mí me había ayudado al escribir y algunas rutinas que habían demostrado ser efectivas para combatir los bloqueos creativos. Como periodista, no podía esperar a que la “inspiración” llegara a mí, debía invitarla todos los días a que me asistiera porque la revista no podía publicarse con páginas en blanco; además, los artículos tenían que tener esencia, no ser una cadena de palabras vacías de contenido. También escribía libros por encargo, me daban el tema, la cantidad de páginas, una bibliografía básica y con esos ingredientes me las apañaba para tener la obra en la fecha de entrega. Por otro lado, cada vez que me sentaba ante la computadora pensaba que lo que escribiera tenía que ser valioso para el lector, aportarle “algo”. Así fue surgiendo una modalidad de trabajo y tips a los que recurrir en caso de emergencia.

 

Mercedes Carreira
Escritora y Artererapeuta

Las consignas que fui compartiendo con quienes venían a los talleres eran claras y simples, pero resultaban herramientas eficientes ante la parálisis o el desborde emocional que generaba escribir sobre ciertos hechos vividos. En principio invitaba a los escritores a soltar todo lo que les venía a la cabeza, sin filtros, dejar fluir al hemisferio derecho. “Luego pondremos los puntos, las comas y revisaremos los verbos”, les decía. “Ahora no te juzgues ni evalúes lo que estás escribiendo. Ya se corregirá más adelante, en otra instancia”, les aconsejaba. “No frenes el impulso creativo, hay algo que busca expresarse a través de ti, permíteselo”, los alentaba. Así descubrí que me había convertido en una coach-writer, que exhortaba a cada uno a descubrir su potencial, a sacar lo mejor de sí y llevarlo a su más alto nivel.

Quienes concurrían a mis talleres o tutorías descubrieron que la creatividad es como una fuente inagotable, siempre está allí para revivirnos cuando creemos que morimos de sed. Es agua de vida que nutre al espíritu creativo y lo mantiene vivo. Como resultado, la gente escribía cuentos, novelas, poemas, y publicaba sus libros…

También llegaban personas que nunca antes habían escrito ni les interesaba convertirse en escritores pero por alguna razón, sentían que deseaban narrar sus vidas o la de algún familiar o contar alguna experiencia o hecho trascendente o sus viajes. Con ellos descubrí el valor terapéutico, sanador de la escritura. Fue en esa escucha activa que tomé consciencia de la imposibilidad que muchas veces tenemos para expresarnos, para abrirnos y para sanar. Esas experiencias, estimularon mis ganas de ayudar a otros a nivel emocional y artístico.

En 2011, a través de la Arteterapia pude enriquecer los Talleres con un plus que iba más allá de lo artístico o la técnica, e iniciar las Tutorías creativas individuales. Esta terapia, se centra en el arte como forma de comunicación, facilita la expresión y comunicación emocional e incide sobre el pensamiento, la conducta y la vida artística y personal.

En estos últimos años, coordiné los talleres “Había una vez…” cuya propuesta arteterapéutica es reescribir cuentos de hadas tradicionales y “Yo soy creatividad”, donde artistas plásticos y escritores encuentran un espacio para estimular la creatividad y superar bloqueos.

“¿Cuál es la clave?”, me preguntó un día una amiga. “Creo que lo principal es que los que participan sientan que han encontrado su espacio expresivo relajado, estimulante, lúdico y sin juicios…, donde ser, mirar de frente las propias trabas y miedos que impiden o limitan la creatividad y el propio crecimiento. Un espacio de empatía y transformación. También es importante crear un vínculo emocional, ya sea profesional o personal”, recuerdo que le respondí. Y eso que dije de manera espontánea, creo que resume la esencia de mi labor.

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